Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
JOSÉ GARCÍA PÉREZ

José García Pérez

“La lluvia caía todavía triste, pero más suave, como en un cansancio universal; no relampagueaba, y apenas, de vez en cuando, con el ruido de ya lejos, un trueno corto gruñía duro, y a veces se interrumpía, cansado también”, escribe Pesooa.

 

         Algo así está ocurriendo esta tardenoche de otoño en que nada invita a reír, a no ser la grotesca visión de uno mismo. El día y su prolongación ha sido un obsequio para la contemplación del goteo incesante que limpia calles y algún que otro árbol habitado por pequeños pájaros que buscan en él su cobijo. Un gris acerado ha cubierto durante toda la jornada a los transeúntes que, paraguas en mano cubriendo bolsas, no han sabido gozar del leve tintineo del jolgorio de la naturaleza.

 

         Tampoco el día nos invita a llorar, pero sí a un melancólico acompañamiento de su estado de ánimo; porque el día quiere romper a ser, mas está prendido con alfileres al bucle de la nostalgia, de dejar pasar el tiempo observando los rizos que la fina lluvia produce.

 

         Soy feliz en esta maravillosa manifestación que habíamos soñado durante meses, tan feliz soy en ella que tiendo a adorarla como el maná deseado. Sin embargo, penetrando la soledad buscada un estruendo ha estallado a mí alrededor. Huyo del lugar. Busco en la calle la perdida placidez, y me encuentro con la triste realidad de la carcajada instalada en los que chapotean con sus pisadas la belleza de los pequeños círculos concéntricos que las gotas conforman en su contacto con el suelo.

 

         Desconozco dónde ir, pero no me preocupa en demasía. Se que antes de finalizar esta mezcolanza de fina lluvia y torpe gente, reiré en el Gran Vía en el contacto con un dulce pampero, pero por qué tener que reír cuando todo mí alrededor conduce a la melancolía.

 

         En la fácil risa que conduce al estruendo de la carcajada, lo más contrario a la sonrisa producida por el deslizar de la llovizna, los seres encuentran su propio opio.

 

Medito antes de sumergirme en el chirriar de vasos. Ya en el umbral, vuelvo la vista y observo a un diminuto pájaro buscar el abrigo de una rama del árbol.

 

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