Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
Mª Victoria Reyzábal
En torno a "Volver a casa", de Yaa Giasi. Ediciones: Salamandra

Mª Victoria Reyzábal

Yaa Giasi

Ediciones Salamandra

                                                                                                                                                                                                                                 La gran novela colectiva que nos narra la autora se compone de múltiples historias individuales en las que aparecen gran número de personajes, todos con su retrato, su carácter, su tragedia, sus sueños, sus culpas y sus horrores. Cada uno de estos escalones genealógicos de semejante árbol de disímiles frondosidades y, en general, con sujetos acosados -o acosadas- por el horror, es un símbolo, una parábola de la atroz dominación que algunos hombres blancos delinearon desde su poder y su ansia desmedida de riqueza, incluso cuando ya se defendía -o defiende sin compromiso real incluso hoy- la igualdad, la libertad y la democracia.

Dos grandes ramas bifurcan su progresión a través de tres siglos, las cuales provienen de dos hermanas que nunca se conocieron en su recorrido de diferentes rutas no solo de ellas sino de toda su estirpe, partiendo desde la costa suroccidental de África, hoy Ghana, hasta EE. UU. Su devenir comienza en 1760 y llega a nuestros días, tiempo de seis o siete generaciones. Una de ellas, la bella Effia, será obligada a casarse con el gobernador inglés de la zona, aunque él esté casado en su país y este sea una especie de matrimonio permitido pero de segunda o tercera categoría, tal como sucedía en su propia cultura (“Sabía que no debía encariñarse con James, y no dejaba de oír el eco de las palabras de su padre en la cabeza: que quería que fuese algo más que la esposa fante de un hombre blanco [...] Effia sabía que James también tenía dos hijos en Inglaterra: Emily y Jimmy. Tenían cinco y nueve años y habían sido concebidos durante los pocos días de permiso en los que había podido ver a su esposa”) y la otra, Esi, es capturada y trasladada como esclava al sur del país del norte americano, aunque ambas guardan como un talismán el brillante colgante de piedra negra de su verdadera madre. El relato avanza por estas dos líneas separadas, conmovedoras y dolorosas y se complementa con la descripción del marco social y familiar que las sustenta en cada período, el cual se contextualiza aportando paisajes, costumbres, vestimentas, gastronomía, creencias, leyendas, canciones, etc..

Cada una de ellas vive su amarga trayectoria desde perspectivas distantes, lo mismo que sus descendientes, pero en ambos casos oprimidas por extraños invasores o extraños receptores; seguimos así la trama de las guerras tribales, la propia caza de nativos por otros nativos para venderlos a los tratantes ingleses, el comercio del cacao, la hipocresía de los misioneros (“Todas las personas del continente negro deben abandonar el paganismo y abrirse a Dios. Dad las gracias porque los británicos estemos aquí para mostraros cómo llevar una vida buena y virtuosa”), las leyes promulgadas contra los esclavos fugitivos, sus castigos en las minas del carbón, el apego a las creencias ancestrales, la larga lucha por los derechos civiles, la vida en Harlem ya durante los años veinte o la degradación causada por la heroína en los setenta. En este sentido, creo que pocos acontecimientos históricos han sido tan depravados como el de la esclavitud, no solo por lo causado a cada individuo sino por la dilatación en el tiempo y la exclusión o discriminación que en algunos casos y países aún perdura.

No obstante la riqueza y matices de la trama, lo que más me ha admirado es la calidad poética de la prosa, especialmente en la primera parte de la novela, donde la autora recrea con ternura la tierra de su origen familiar y la forma de vida de los asante y los fante con sus contradicciones, claudicaciones y esperanzas. Estas páginas en las que un pueblo “primitivo” pero con la sabiduría de conocer su medio, sus pasiones y sus debilidades están narradas como un poema épico del día a día, emocional y crítico, pero sin caer en eslóganes tópicos ni en ideologías revanchistas. 

De la obra me gusta hasta la cubierta y creo que sería positiva su lectura en centros educativos para visualizar lo que algunos pueblos han sufrido por el egoísmo de otros (y todavía sufren), aunque en este caso no fueran inocentes del esclavismo en el que también ellos participaron, además vale la pena comprobar cómo con posterioridad han sido capaces de luchar mayoritariamente sin buscar la venganza para que se les reconozca el derecho a ser tratados como iguales, lo que implica valorar sus aportaciones, como en este caso la de Yaa Gyasi a la literatura, disfrutando este texto duro y seductor.