ACUSE DE RECIBO 24.08.2008
Con motivo de la posible publicación de mi último libro, “Medio adentro, medio afuera”, he solicitado que lo prologue mi amigo Juan el de Cartajima. He recibido la siguiente carta de él:
“Querido amigo, vaya la paz por delante. Ese es mi deseo. Que la vivas en plenitud, algo difícil en ti por tu forma de ser. Pero sé que la deseas y algún día la poseerás, aunque lo bueno es que sea ella quien te posea.
Me pides un prólogo, una especie de autobombo y proclamación de tus virtudes para ese libro que vas a publicar. Sabes bien que no puedo negar a un amigo, menos a ti, una petición.
Veamos la cuestión. En este retiro de Cartajima, me siento seguro. Aquí no llegan los ecos de vuestros cascabeles y sortilegios. Tengo mi vida estructurada; los de la selva urbana nunca me comprenderéis. Te lo explico por última vez. En el lugar existen cinco reuniones a horas distintas: la de los jubilados, otra para el tute, una de cierta rojería campesina (me encanta hablar con jornaleros), la de la cosa culta y la última, ya sabes, la de pinsapos y rapaces. Sé la hora en que cada una de ellas se cobija en la intimidad de la comunicación y, según mi estado de ánimo, acudo a la que deseo. Dedico una parte de mi tiempo a doblar el espinazo en la que tierra que me ha ganado, ella a mí. Soy inmensamente rico porque necesito inmensamente poco. Con doce euros me sobra para vivir, y bien.
Cuando el sol inicia el juego de esconderse por la Sierra de las Nieves, me encamino a casa. Me esperan el jolgorio de dos perros que sé me quieren, algunos libros que releo una y otra vez, unos blancos papeles a los que trasvaso mi vida, chacinas de la matanza local, leche fresca de cabra y el tradicional pucherete con algo de coñac.
Comprenderás que estas líneas no conforman un prólogo, sino más bien un final, tu final. Te metiste, por aquello de las carambolas de la vida, en la selva de la vida literaria. Algo así como una jaula donde nada se perdona ni se olvida. Tan sólo interesa el ego; lo demás es saldo, rastrojo para quemar.
Si afirmas que un poeta es bueno, el saldo te odia; si dices que es malo, el resto te aplaude; si te llaman para que publiques algo, te piden que ignores la fuente; si te dan algo es porque te van a sacar las tripas; si das la cara, te la parten.
Mi consejo, no publiques. Otro, deja el asunto literario. Recuerda ese latiguillo tuyo de “la ciudad que todo lo acoge y todo lo silencia”, esencialmente el silenciado eres tú. Tienes material humano a tu alrededor para ser inmensamente feliz, pero no te lo crees, o sea, no sabes vivir.
Sé que a ninguna de estas sugerencias prestarás atención. Algo te impulsa a pasear por el filo de la navaja. Allá tú, en último término todo es un asunto de libertad. ¿Es verdad que quieres ser libre? Lo dudo”