Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
JOSÉ GARCÍA PÉREZ

Händel

 

 

 

         No soy entendido en música, pero me gusta. Canto con la copla, bailo el pasodoble, se me pone la piel de gallina con el flamenco, canturreo por lo bajini tangos y corridos, a lo claro lo hago con villancicos y cierro los ojos, me abstraigo del mundo, cuando la música de Händel invade el espacio, y cuando el espacio es la catedral de esta ciudad, Málaga, que todo lo acoge y todo lo silencia, la música llega a convertirse en eucaristía rosa, sacramento, manifiesto del Dios que yo presiento.

 

         Pasar un rato agradable ayer, estaba a tiro de piedra de cualquier malagueño o malagueña que se adentrara en la noche prenavideña donde el rico mendigo hace sonar su flauta, allí por las calles Fresca y Santa María, torrenteras de antiguas sotanas y asombro de foráneos visitantes.

 

         “Entonces, cuando la hora final y terrible, consuma esta procesión decadente, la trompeta se oirá en lo alto, los muertos vivirán, los vivos morirán y la música entonará el firmamento”, una de las estrofas de un poema de John Dryden, brotó, con la suave fuerza de la profecía, de los milagrosos instrumentos musicales de la orquesta “The English Concert” y de la profundidad de las gargantas que conforman su coro.

 

         Persistía en el ambiente el suave silbo del misterio cuando cerré los ojos y consentí que la “Oda para el día de Santa Cecilia” penetrase el molesto ruido que padezco en los oídos. Y ya todo fue sonido, riqueza del Misterio que por levante levanta su grandeza sin imposiciones y fundamentalismos disfrazados de amores.

 

         La noche, gracias a Fundación Unicaja, se convirtió en acción de gracias por ese Gran Concierto de Otoño que cada año envuelve a la grandiosa manzana de la Catedral.

 

         Pero como era lunes, noche de pamperos, cocas y palabras diversas que van y vienen en la fluidez de la tolerancia, terminé a altas horas de la madrugada hablando de amor y odio, pero, créanme porque es cierto, asistí, horas antes, a la resurrección de Píndaro o Safo, todo un milagro.